Cuenta
la leyenda que hubo un sacerdote, llamado Valentín, que vivió hacia
el siglo III en
Roma y que, infringiendo la ley, casaba de forma clandestina y por el
rito católico a los soldados. Los soldados por aquel entonces tenían
prohibido el matrimonio pues el emperador opinaba que el buen soldado
no debía tener ataduras familiares. Cuando
el sacerdote fue descubierto, el gobernador de Roma decidió
condenarle a muerte. Mientras Valentín esperaba su muerte, conoció
a Julia, la hija de su carcelero, de
la que se enamoró. Ella era ciega y un milagro atribuido al amor de
ambos le permitió recuperar la vista. Él
fue ejecutado un 14 de febrero y ahí comenzó su veneración.
Existen
otras historias legendarias
-no contradictorias y que bien pudieron suceder- que hablan de otros
San Valentines. Hay quien adjudica el origen de la celebración al
duque de Orleans, capturado por los ingleses en el año 1415 en la
guerra contra Francia. Preso en la Torre de Londres, escribió una
carta a su esposa firmando como “Tu Valentín".
Sea
como fuere, todas las fábulas que crecieron alrededor de San
Valentín, con más o menos adorno, han dado lugar al día de los
Enamorados tal y como lo conocemos hoy. Un día asociado al amor
romántico y al heroico. ¿Por qué no celebrar tan bonita causa?
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